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Política - Opinión
Dos países en disputa
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Sábado, 3 de octubre de 2015

(3-10-15):
Por Mariano Beristain
Durante un almuerzo que tuvo lugar en agosto de 2012, en el hotel Alvear, un grupo de selectos empresarios se congregó para hacer un "pedido de desagravio" en apoyo de Carlos Pedro Blaquier, el influyente dueño de la azucarera Ledesma.


Los hombres de negocios no estaban indignados porque al industrial le hayan robado parte de la colección de arte y relojes que atesora ni su flota de barcos lujosos sino por la causa que le abrió la justicia en la que resultó procesado por ser el facilitador en Jujuy del dispositivo represivo en los hechos conocidos como "La Noche del Apagón".

El apagón de Ledesma de 1976 consistió en una serie de cortes del suministro eléctrico ocasionados adrede entre el 20 y el 27 de julio por las fuerzas represivas para secuestrar a 400 militantes políticos y sociales: 55 de ellos pasaron a integrar la dolorosa lista de 30 mil desaparecidos.

Los vecinos declararon en 2012 al juez federal de Jujuy Fernando Poviña que directivos de Ledesma les garantizaron a los militares el personal y los vehículos para detener y secuestrar a las personas. Casi 36 años después representantes de la Rural, la Cámara de Comercio, la Bolsa de Comercio y la propia Unión Industrial integraron la comilona del Alvear que organizó el Consejo Interamericano de Comercio y Producción (CICyP), encabezado ese año por Arturo Llavallol, un hombre de la Rural.

El cónclave de respaldo a Blaquier tomó estado público gracias al servicio que brindaron Clarín y El Cronista y marcó un límite claro que el poder económico le impuso a la clase política y judicial en la investigación por la responsabilidad de los empresarios en los crímenes de lesa humanidad. De hecho, el 12 de marzo de este año, la Sala IV de la Cámara Federal de Casación, presidida por Juan Carlos Gemignani, dictó "la falta de mérito" a Blaquier en la causa.

Este ejemplo es una muestra del "modus operandis" que tiene el establishment para evitar que la opinión pública y los resortes del Estado pongan la lupa sobre el rol protagónico que desempeñaron los grandes grupos económicos como artífices de la dictadura cívico-militar.

Esta anécdota explica asimismo porque el directorio de la UIA presentó públicamente esta semana un comunicado en el que rechaza enfáticamente cualquier posibilidad de que la Comisión Bicameral del Congreso investigue la complicidad de los hombres de negocios con la peor etapa de la historia reciente, exigiendo que estas causas queden en manos de jueces influenciables que les aseguren la absolución a los responsables.

Pese a que hoy el directorio de la UIA no está conformado por ningún dirigente de Ledesma, la azucarera de Blaquier tiene una fuerte ingerencia en la entidad empresaria, tanto es así que Federico Nicholson, su mano derecha, formó parte del comité ejecutivo de la UIA hasta el 21 de setiembre de este año. Blaquier, sin embargo, no es el único empresario cuyo nombre fue asociado con la dictadura.

Existe una larga lista de casos en los que constató la existencia de una participación activa en casos como el empresarios periodístico Vicente Massot, acusado de ser coautor del secuestro y asesinato de los obreros gráficos de La Nueva Provincia, Enrique Heinrich y Miguel Ángel Loyola.

No obstante ello, el grafiti sin firma ni identificación que la UIA emitió el miércoles a modo de parte de prensa generó un debate infernal que divide a la entidad.

De un lado se encuentran aquellos empresarios que responden a los grupos de poder que, más que complicidad, formaron parte del diseño que utilizó a los militares como fuerza de choque para cimentar, sobre una base formada por el cuerpo de cientos y cientos de argentinos y los gritos ahogados de una generación desaparecida, un modelo de país que desnacionalizó la economía, regaló el patrimonio público e implementó el terror económico fundado en el desempleo, la pobreza, las políticas de ajuste y el empeoramiento a niveles inimaginables de la distribución del ingreso.

Esa visión de país que encarna hoy el titular de la UIA y hombre de Arcor, Adrián Kaufmann Brea, sueña con que acabe lo más rápido posible la pesadilla que ha significado el kirchnerismo para los sectores concentrados.

En la otra esquina, dentro de la propia UIA y otras organizaciones patronales, se encuentran los verdaderos empresarios nacionales, pequeños, medianos e incluso grandes, que intuyen a ciencia cierta, que un giro copernicano hacia lo peor de la historia económica reciente podría colocarlos otra vez al borde de la extinción como ocurrió en el 2001-02.


Sábado, 3 de octubre de 2015

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