Dio inicio la cuarta causa por delitos de lesa humanidad de Corrientes con la interesante y previsible mixtura de relatos del horror, contenidos en una fría síntesis en el Auto de Elevación a Juicio y el Requerimiento Fiscal, con el también previsible pedido de nulidad de ambas piezas procesales por parte de la defensa del imputado Raúl Ángel Portillo.
El ex-Jefe del Destacamento 123 de Inteligencia de Paso de los Libres fue el primero de esa compleja ciudad limítrofe en conocer el banquillo de los acusados del Tribunal Oral Federal de la capital correntina. Con cuello ortopédico y por momentos cerrando los ojos ante las cámaras fotográficas, el imputado se veía bien físicamente, con una condición atletica envidiable para un hombre de 83 años, pese a tenues esfuerzos por demostrar lo contrario.
Escuchaba atentamente y tomaba notas, cada tanto susurraba algo a su abogado, que asentía.
Su defensa también solicitó el apartamiento de la Secretaría de Derechos Humanos como querellante, aduciendo torpemente la inconstitucionalidad de la Ley 26550 que habilita al organismo nacional a actuar como tal y que es representado en Corrientes por Domínguez Henaín y Mario Bosch. La torpeza radica en que el letrado no señaló que artículo o artículos de la Constitución Nacional viola la Ley a su juicio, con lo cual el plateo pudo ser contestado fácilmente por la querella y fue rechazado in límine.
Dignidad manifiesta
De las piezas procesales mencionadas se desprenden aspectos que conmueven, no solo aquellos recortes de los testimonios vertidos en instrucción que utilizan, sino uno en particular, acaso las últimas palabras del estudiante libreño en momentos de ser toturado escuchados por alguien distinto, ajeno al esquema genocida. Cuenta un testigo que Acosta gritaba entre ayes de dolor ¿¡porqué me hacen esto!? ¡cobardes! ¿hijos de p... no me voy a entregar nunca!
Los contrastes
Portillo escucha impávido y con increíble ajenidad, pero al tomar agua el temblor lo delata, las emociones internas suelen tener su exteriorización de forma extraña, y este parecía ser el caso.
Era imposible no tomar nota del contraste entre la acitud de uno y otro, de víctima y victimario, uno en medio de la tortura jurando que no se quebraría, aún en la antesala de la muerte, el otro tembloroso en un contexto distinto, con todas las garantías del debido proceso, esforzándose insconcientemente en darle la razón a Acosta cuando gritaba desesperado, dolorido pero firme, el término que quizás mejor los describa: ¡cobardes!.
Miércoles, 24 de octubre de 2012