Bs. As. (19-10-25): A una semana de las elecciones, el experimento libertario muestra signos de agotamiento y desorientación. Entre el colapso económico, la pérdida de relato y el avance de sus propios aliados, Milei enfrenta el tramo final de la campaña convertido en símbolo de su propio fracaso: un presidente sin respuestas, cercado por la realidad y por quienes financiaron su ascenso.
Por Nicolás Lantos
Fracasó el "plan llegar" y todavía falta una semana para el 26
El plan “llegar” se quedó sin nafta cuando todavía falta una semana para alcanzar la meta. La impotencia es la tónica en la recta final antes de unas elecciones que se convirtieron en un delicado plebiscito sobre el futuro del gobierno y del país. Javier Milei volvió de Washington DC con una hoja que dice “amigo” y el fibrón que usó Donald Trump para estampar esa dedicatoria. A su regreso dio dos entrevistas en las que se peleó con sus interlocutores (le dijo “marxista” a Eduardo Feinmann y a Esteban Trebucq que le hacía el “caldo gordo a los psicópatas kirchneristas”) y confesó que no tiene una solución para los problemas de los argentinos.
- El ochenta por ciento apenas si puede llegar a fin de mes y el sesenta por ciento, setenta, llega al día veinte. Les falta dinero en el bolsillo.
- ¿Qué quiere? ¿Que lo emita?
- No, yo no...
- A ver, entonces, emitiendo no se arregla. ¿Cómo quiere que lo arregle? Vamos, dígame. ¿Cómo le pongo plata a la gente?
- El economista es usted.
- No, bueno, pero digo o sea, a ver, digamos.
Un día más tarde insistió:
- ¿Y la gente que no puede esperar, presidente?
- A ver. A ver, pero, de vuelta. Te hago una pregunta, no puede esperar, a ver, ¿cómo lo resolvemos?
- Es que yo no lo sé.
- No, bueno, entonces.
- Sólo le pregunto.
- No, bueno, pero si vas a hacer el punto, digamos, a ver, empecemos a discutir cómo se resuelve.
Para Milei la escasez y la mala calidad de vida de millones de personas es en todo caso un problema intelectual, teórico, en el que no tiene demasiado interés. Dos años después de asumir le sugiere a su interlocutor (no un funcionario, no un asesor, ni siquiera un consultor sino un periodista en el contexto de una entrevista televisiva en vivo) que empiece la discusión. Decir que no le quita el sueño sería una exageración: ni siquiera lo considera un problema, algo que deba resolver. La economía se encargará de hacerlo, cuando deje de existir el riesgo kuka. Suena estúpido, pero es exactamente el argumento presidencial, palabra por palabra.
Para la mayoría de los argentinos se trata en cambio de una cuestión muy concreta, a veces de vida o muerte. Este miércoles, en Congreso, en la marcha semanal por el reclamo de una mejora en las jubilaciones, una pareja daba su testimonio a las cámaras de televisión. Él está atravesando un tratamiento contra el cáncer, le sacaron la cobertura de los remedios para aliviar los dolores y los vómitos cuando le hacen quimioterapia. En el hospital sólo le entregan la mitad. Desde los estudios, la cronista sugiere que den un “alias” bancario para recibir transferencias de gente que pueda ayudarlos. No tienen teléfono: tuvieron que venderlo para comprar medicinas.
Milei no tiene una respuesta para ellos ni va a tenerla. Allí hay que buscar las razones profundas del agotamiento de su gestión en tiempo récord, antes que en los escándalos de corrupción, los vínculos con el narcotráfico de varios dirigentes de su espacio, los exabruptos de sus candidatos, la entrega del país a Estados Unidos y otros motivos, aunque una vez que se rompe el encanto (y el encanto está roto más allá de toda duda) cada uno de esos factores termina incidiendo en un resultado que, más allá de lo que dicen los encuestadores en la lotería de los pronósticos, difícilmente sea el que el gobierno quiere, ni siquiera el que necesita.
La vara no está alta, es el presidente que no llega. Para presentar el resultado como un éxito necesita que se cumplan cuatro condiciones, sin margen de error. Cualquiera de ellas que no se cumpla causará una herida profunda al relato triunfal. La primera es superar el 35 por ciento de los votos a nivel nacional. La segunda es sacar un voto más que el peronismo. La tercera es quedar, en la cámara de diputados, cerca del tercio que lo blinde. La cuarta es no perder por paliza contra Axel Kicillof, a quien hasta Trump ya identifica como el rival a vencer por el antiperonismo en 2027. Sólo si logra enlazar esas proezas podrá cantar victoria.
La ayuda que vino del norte no alcanzó. La impotencia del experimento libertario contagió al secretario del Tesoro de Estados Unidos, Scott Bennet, que esta semana sufrió en carne propia la singularidad gravitatoria del mercado argentino, una especie de agujero negro financiero capaz de demandar todos los dólares que se pongan en oferta. Más allá del chiste recurrente sobre la voracidad cambiaria de los argentinos, el desequilibrio no pasa por la demanda interna sino por la urgencia de los fondos de inversión, muchos de ellos socios o amigos de Bessent, por salir del carry trade de Luis “Toto” Caputo antes de que sea demasiado tarde.
La presión dolarizadora va a incrementarse en los cinco días hábiles que quedan antes de la elección. El viernes pasado las cotizaciones no intervenidas superaron largamente el techo de la banda y van a hacer falta muchísimos dólares (de Caputo, de Bessent, de quien sea) para evitar que el oficial no pase esa línea roja en las próximas jornadas. Después, todos descuentan un salto, aunque nadie se anima a arriesgar hasta dónde. Un informe de Morgan Stanley que circuló esta semana sostiene que incluso en el escenario más optimista la devaluación no sería menor al 20 por ciento. Si el gobierno pierde, no hay techo para el dólar.
No sólo la economía tendrá cambios el día después: se espera que el presidente, también, haga cambios en su equipo de gobierno. Es otra exigencia que llega desde Estados Unidos y que en Buenos Aires articula Santiago Caputo con el radicalismo, los restos del PRO y algunos gobernadores. El objetivo es correr a Karina Milei de la toma de decisiones. Se especuló con que el asesor estrella podría asumir la jefatura de Gabinete, aunque él no está convencido porque desde ese rol debería hacerse cargo penalmente de sus decisiones políticas. Una versión que cobró fuerzas por estas horas lo ubicaba en el ministerio de Interior, con un gobernador en jefatura.
Del resultado en las elecciones dependerá cuánto margen tenga el presidente para resistir un asalto que viene desde adentro: lo encabezan su asesor estrella, Caputo, y su último aliado, la Casa Blanca. En el círculo rojo lo comparan con el desembarco de Sergio Massa en el último año y medio del gobierno del Frente de Todos, que redujo al entonces mandatario Alberto Fernández a un rol prácticamente testimonial. Significaría, además, el final de la partida para otros protagonistas de esta historia, como el presidente de la cámara de Diputados, Martín Menem (Cristian Ritondo ya se prueba su traje) y el canciller Gerardo Werthein.
Las esquirlas pueden dejar heridos a la distancia. En Estados Unidos, donde Trump tuvo este sábado actos de protesta multitudinarios en decenas de ciudades, los cuestionamientos al rescate a la Argentina ganaron espacio en la agenda de la oposición pero también dentro del Partido Republicano. Un mal resultado puede impactar bajo la línea de flotación de Bessent, que invirtió hasta su capital político en esta empresa, y ahora corre el riesgo de perderlo todo. El fue el principal sponsor de la aventura mileiista de las últimas semanas y, como tal, responsable de una eventual derrota. Y a Trump no le gustan los perdedores.
Domingo, 19 de octubre de 2025