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Mundial 2014
Y que haya mucho lío...
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Martes, 1 de julio de 2014

San Pablo (1-7-14): Como Diego en su tiempo, Messi asume a gusto el rol de líder, dentro y fuera de la cancha. Ayer, hasta les escribió un mensaje a los hinchas, por las redes sociales, para transmitir sus sensaciones antes del choque de hoy ante Suiza.

En el terreno de juego del Arena Corinthians de San Pablo, Lionel Messi le cuenta al mundo que ya está listo para desatarle su furia a Suiza. Con sus gestos, con esos movimientos que dejan entrever su conciencia, el mejor jugador del planeta vuelve a llevarse por delante esa teoría que afirma que lo importante es decir. Messi no necesita –ni necesitará– abrir la boca para contar absolutamente nada. Es un líder que se mueve desde sitios poco convencionales para un medio que lo asfixia. Y lo hace sin problemas porque, como suelen hacer los distintos, dialoga miles de lenguas con los pies. Su juego, de hecho, resulta inversamente proporcional: cuanto menos habla, mejor juega. Y ahora, mientras se entrena, a pesar de estar callado con una pelota en los pies, le salen rayos y centellas de los ojos. Suficiente para comprender lo necesario.

Messi se mueve mejor desde la lejanía. Como si estuviera encerrado en su propio mundo, el único contacto que tiene con el exterior del grupo de la Selección –por lo menos desde aquella conferencia post triunfo ante Bosnia– proviene desde las redes sociales. “Contento por haber clasificado a octavos como primeros del grupo, pero ahora empieza otro Mundial. Tenemos ganas de conseguir algo grande. Vamos Argentina”, subió a su cuenta de Facebook. Lo hace por compromiso porque no le sale ser extrovertido: su forma de ser radica en otro extremo.

Pero Messi no habla –por momentos ni siquiera con sus compañeros– porque su naturaleza está en el silencio. Es como una suerte de guerrero que se mueve entre las sombras y la calma. Hasta que sus átomos entran en contacto y desatan un incendio. Por eso por varios momentos del juego desaparece, camina, se muestra desconectado del medio ambiente. Hasta que se termina lo que se daba y, entonces, con algunos movimientos destruye lo que se le ponga enfrente. Por eso, acaso, ahora se entrena sin mover sus labios: tiene la certeza de que está preparado para comenzar con el mata-mata. Apenas los inseguros hablan más de la cuenta y él, en su cabeza, tiene todas las seguridades que un ser humano puede concebir.

A todo esto, Alejandro Sabella –alineado en el estilo de Lionel– necesita de Messi más que nadie en el mundo. El jugador de Barcelona es la carta que puede borrar las falencias que reparte el equipo entre el mediocampo y la defensa. Y de repente una pregunta para el entrenador. “¿Sentís que Messi es el Maradona del ’86?”, se escucha en la sala de conferencias del estadio. Y una duda existencial: ¿Lo dice o no? No lo va a confirmar, aunque lo piense, porque Sabella es del grupo de los que confía más en el bajo perfil que en el alto. Como puede, esquiva la respuesta real y dice lo que todos sabemos. “Messi está haciendo un gran Mundial, era lo que esperábamos nosotros, sus compañeros, él, el publico de Argentina.
Todos. Estoy contento por lo que está haciendo. Es un jugador determinante, el mejor del mundo. Maradona lo era y él (por Leo) también.” La traducción debería decir que Lionel es el argumento más importante para que los argentinos puedan imaginar –aunque sea una noche– la conquista de la Copa del Mundo. Al igual que Diego hace 28 años en el calor mexicano.

Y aunque Sabella todavía afirme que tiene dudas para el armado del equipo, la certidumbre más grande de todas, la que puede marcar la diferencia entre la gloria y el llanto, se puede ver sin que nadie diga nada: Messi está en silencio, en el centro del campo, con una pelota en su zurda.


Martes, 1 de julio de 2014

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